Historias de cronopios y espingorcios
Una ocurrencia, sin más, para unir en el papel y en el recuerdo a dos autores que crearon, en diferentes circunstancias, aventuras protagonizadas por unos entrañables seres. Julio Cortázar los vio por primera vez en 1952 en el entreacto de un concierto de Stravinski, cuando en su localidad de paraíso en el Teatro de los Campos Elíseos, sintió la presencia de unos personajes muy cómicos y de color verde llamados cronopios. Miguel de Guzmán conoció a los espingorcios durante el verano de 1980, mientras revisaba las pruebas de un libro de matemáticas, y cuyas historias fue relatando a sus hijos noche tras noche.
Y para que esta mezcla cumpla los cánones del surrealismo, he reunido a ambos personajes por primera vez para, además, ponerlos a hablar sobre cosas de ciencia. Cierto, miscelánea extraña donde las haya. Mea culpa
Con mi admiración y respeto hacia ambos creadores, visionarios e innovadores.
Y para que esta mezcla cumpla los cánones del surrealismo, he reunido a ambos personajes por primera vez para, además, ponerlos a hablar sobre cosas de ciencia. Cierto, miscelánea extraña donde las haya. Mea culpa
Con mi admiración y respeto hacia ambos creadores, visionarios e innovadores.
AMISTAD HOMEOPÁTICA
Un cronopio, verde y húmedo, acude a la consulta de
un espingorcio, sapientísimo galeno. El paciente le cuenta que siente sus
espinguillos decaídos, y que por la noche sufre pesadillas con terribles
engendrigorcios.
El médico, que era moreno y rubio según como se le
mirase, le receta una gota al día de placeborcio
bobalicum, un remedio de su invención con la peculiaridad de que mayor
efecto produce cuanto más diluido se tome. El cronopio se marcha sorprendido,
pero al llegar a su casa echa una gota del remedio en el agua de la bañera, de
la que toma un trago. Intranquilo, porque no le parece bastante diluido, lanza
una gota en el agua de la piscina y toma un trago de esta. Siente que no surte
el efecto deseado y tiene una mejor idea. Su vecino fama tiene una piscina
enorme, que más que enorme es espectaculorcia. Y el cronopio le habla al fama
del remedio, que le cede el honor de añadir la gota a su piscina. Desde ese
día, se reúnen para charlar y tomar tragos de la piscina, haciéndose grandes
amigos.
Cuando el remedio se agota, el cronopio acude a por
más pero descubre que el espingorcio ha abandonado su consulta. Le cuentan que
se lo llevó la policía. Quizá –piensa el cronopio- lo escoltarían a otra ciudad
donde necesitaban el remedio con urgencia.
Decepcionado, el cronopio frecuenta cada vez menos
la mansión del fama. Lamentablemente, el cronopio no sospecha que a medida que
la amistad se diluye, no se hace más fuerte.
¿DE DÓNDE VENDRÉ?
Una mañana, tras levantarse del camastrorcio y
estirar sus pirralcos, un cronopio se preguntó a sí mismo:
- ¿De dónde vendré? ¿Cómo apareció el primer cronopio
en la tierra de los Carpecios?
Inquieto por la cuestión, fue a visitar a su amigo
espingorcio, director del Museo de Cronopiología.
Hay varias teorías –respondió el director-. Al
principio se creía que os había creado Cronos, el dios del tiempo. Después
apareció la evolución, un largo y lento proceso que partió de primitivos
globulillos hasta los cronopios actuales.
El cronopio dio un respingorcio e interrumpió. –Entonces,
si la evolución continúa, ¿nos acabaremos convirtiendo en famas?
Me temo que la evolución no funciona así –contestó
el espingorcio-. De todas formas, la teoría que cuenta con más aceptación dice
que los cronopios aparecieron en este mundo en el intermedio de un concierto de
Stravinski.
Al salir del museo, el cronopio corrió hacia una
tienda de discos y compró uno del insigne compositor. Escucharlo le hará
sentirse más cerca de sus orígenes.
EL OBSERVADOR
Ayer el cronopio se sentía onda.
- ¡Rotímpanos! –exclamó. Estaba disperso y
desubicado, aunque este estado tiene sus ventajas. Consiguió entrar a la vez en
el baño y en la cocina, para asearse y prepararse la comida simultáneamente. Terminó
de barrer el salón y limpiar los cristales mientras tendía la ropa y tomaba un té.
Hoy el cronopio se siente partícula. - ¡Remoñobrón! –gruñó.
Está más centrado pero no da abasto en las tareas domésticas. Si está en la
cocina no puede limpiar su habitación; si barre el suelo no puede sentarse a
comer. Mientras el cronopio se pregunta por qué hoy no se siente onda, un
espingorcio indiscreto y de concorcios saltones sigue todos sus movimientos
desde una ranura de su ventana.
RELATIVIDAD ALCAUCIL
Un cronopio leyó que el tiempo no transcurre siempre
al mismo ritmo. Resulta que si nos movemos muy deprisa, el paso del tiempo se
vuelve más lento.
Al cronopio no le gustaba la idea de tener que
desplazarse a la velocidad del rayo para envejecer más despacio, así que
inventó el reloj-alcachofa o alcaucil, que de una y otra manera puede y debe
decirse.
El alcaucil marca la hora presente y todas las horas
futuras con sus innumerables hojas. El cronopio saca cada vez una hoja que
siempre da la hora justa, completando al día una vuelta de hojas. Si Foucault
hubiera sido cronopio, habría colgado en el Panteón de París una alcachofa, no
un péndulo.
Al sacar la última hoja y llegar al corazón, el
tiempo se detiene. El cronopio se mantiene joven indefinidamente mientras se lo
come con aceite, vinagre y sal. Pero la tentación de medir el tiempo es
demasiado fuerte, y pone un nuevo reloj-alcaucil en el agujero de la pared.
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