La ciencia cuenta si se cuenta la ciencia (III)
CUÉNTAME HISTORIAS
(viene de la parte II)
Sagan podría haber pasado por discípulo de Plinio el Viejo. Ambos eran considerados bichos raros por esa intención "extravagante" de ofrecer una visión del conocimiento científico de modo interesante y atractivo. Sagan aceptó el desafío diecinueve siglos después que el naturalista romano, convirtiendo el cosmos en la historia más asombrosa que podríamos conocer.
(viene de la parte II)
Las historias nos hacen querer ver el final, nos hacen acompañar al protagonista [...]. Porque las historias hacen que aquello que parece aburrido y difícil, que no tiene nada que ver conmigo, sí tenga que ver conmigo. Cuando te cuentan historias te miran a los ojos, te tienen en cuenta [...]. En el fondo, el contenido de las historias es siempre el mismo: quiénes somos y cómo es el mundo en donde estamos. En el fondo, la misión de las historias es siempre la misma: caminar juntos.
Eduardo Sáenz de Cabezón,
matemático y monologuista
científico,
en TEDxRíodelaPlataED
En la cena de clausura de un congreso de neurociencias a Oliver Sacks
le tocó sentarse alejado de Francis Crick, como si las circunstancias quisieran
confirmarle lo mítico e inaccesible que le parecía el codescubridor de la
estructura del ADN. Sin embargo, durante el momento del café, Crick vino a
sentarse a su lado y, sin mediar saludo alguno, le espetó: “Cuéntame
historias”.
Oliver Sacks perteneció a esa selecta y corta lista de científicos de
letras para los que la escritura era tan necesaria como su investigación. Mi
lista es aún más breve e incluye, además de a Sacks, los nombres de Stephen Jay
Gould y Carl Sagan. No puede ser casualidad que sus respectivos campos de estudio
(la mente, la evolución de la vida y el cosmos, respectivamente) sean los más
apropiados para responder esas preguntas que subyacen en las historias: quiénes
somos y cómo es el mundo en donde estamos.
Aunque con estilos de escritura muy característicos, los tres lograban
con éxito el objetivo de fascinar al lector. Sacks se inspiraba en las
anécdotas clínicas del siglo XIX, detalladas historias de casos de una época en
que la narrativa tenía un papel central en las prácticas médicas. La primera
vez que hojeó La mente de un mnemotécnico (1968), en la que Alexander
Luria describe el caso de un paciente con una memoria prácticamente ilimitada,
pensó que se trataba de una novela.
El estilo de Gould es otra cosa. De manera descarada, tomaba la
capacidad de asombro del lector y la moldeaba para obtener el más irresistible
de los anzuelos. El cebo tenía que ser variado, por supuesto, para asegurar un
buen bocado y no unos tímidos mordiscos. Desde la hoja de parra con que se
tapaban Adán y Eva hasta la historia del béisbol, cualquier aspecto inconexo se
volvía relevante para la maravillosa historia que desgranaría a continuación.
Sagan podría haber pasado por discípulo de Plinio el Viejo. Ambos eran considerados bichos raros por esa intención "extravagante" de ofrecer una visión del conocimiento científico de modo interesante y atractivo. Sagan aceptó el desafío diecinueve siglos después que el naturalista romano, convirtiendo el cosmos en la historia más asombrosa que podríamos conocer.
Sin embargo, tan ilustres escritores no estuvieron exentos de críticas
por parte de sus colegas, dando por hecho que su mayor exposición mediática, su
cercanía al público a través de sus obras, suponían automáticamente su
menoscabo como científicos. A Sagan le llegaron a llamar “teatrero” y, aunque
no fue el primero ni el último en recibir la descalificación de la comunidad
científica, su apellido sirvió para acuñarla. La “saganización” es el sambenito
que recae, en forma de sospecha, sobre un científico “demasiado popular”.
En este sentido también tendríamos que aprender de la historia. En
1699 el escritor y filósofo Bernard de Fontenelle mereció el nombramiento como
secretario vitalicio de la Academia de Ciencias de París por su papel como “intérprete
de los sabios”, dada su labor de vínculo entre ciencias y humanidades digna del
Renacimiento. Sagan, sin embargo, vio desestimada su candidatura a la Academia
Nacional de Ciencias estadounidense en 1992.
La versión actual de la
“saganización” tiene incluso una forma de medirse denominado, entre bromas y
veras, “índice Kardashian”. Según este ratio, si divides el número de
seguidores en Twitter entre el número de citas a tus artículos científicos y el
resultado es mayor que 5, eres un investigador “kardashiano” con mayor
popularidad entre el público que entre la comunidad científica. No te extrañe
que desde ese momento tus colegas te miren con cierto desdén. Esto puede
parecer algo anecdótico pero no lo es. Una columna titulada “To tweet or not to
tweet”, publicada en Science, cuenta el rechazo de un proyecto propuesto por el
microbiólogo Jonathan Eisen porque “la elevada dedicación a su blog le dejaría
sin el suficiente «ancho de banda» para acometer el proyecto en solitario”. La respuesta del evaluador
me hace recordar que en el siglo XIX se prefería que un científico permaneciese
soltero para centrar su dedicación al máximo. Ahora se le insinúa que los blogs
y las redes sociales no son lugares recomendables para un científico serio, y
parece que la recomendación se sigue al pie de la letra. Solo el 20% de los
científicos con mayor número de citas tienen un perfil de Twitter
identificable, y de los 45 científicos españoles más citados solo 7 poseen
perfil en la red del pájaro azul.
Sin embargo, de cara a la
galería se da otra imagen. Martin Rees, presidente de la Royal Society de 2005
a 2010, dice que “los investigadores necesitan implicarse más plenamente con el
público. La Royal Society lo reconoce, y tiene gran interés en garantizar que
ese diálogo sea útil y efectivo”.
En una encuesta realizada
por la propia Royal Society, la mayoría de los científicos señalan que existen
implicaciones sociales y éticas en su investigación que el público necesita
conocer, y que tienen una responsabilidad primordial en comunicar las
investigaciones y sus implicaciones al público no experto.
Comprobemos cómo están las
cosas en Francia desde que surgiera, hace más de un siglo, el enfrentamiento
entre popularizadores y académicos. En un estudio donde se encuestó a
investigadores del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique), el
equivalente al CSIC español, estos creen “de modo unánime que la popularización
es un componente clave e inevitable del trabajo investigador”. Entre las
motivaciones de los científicos está el deseo de informar al público, que se
conozca su campo de estudio, estimular vocaciones en los estudiantes o explicar
el uso de fondos públicos en la investigación.
Honorables intenciones que
no se reflejan en la realidad. En el estudio francés hay detalles que hablan
por sí solos como el informe de candidatura para Director de Investigación,
donde apenas hay 9 líneas disponibles para resumir hasta 20 años de actividades
de divulgación. Siguiendo con las conclusiones de este estudio, se desmienten
algunos mitos que aún sostiene parte de la comunidad científica:
- Mito 1: la popularización contribuye al detrimento en la cantidad y calidad del trabajo investigador. FALSO. Se ha comprobado que los científicos más activos en su labor divulgadora también son más activos académicamente.
- Mito 2: la popularización es una ocupación de segunda categoría. FALSO. Se observa que los investigadores aumentan su actividad en divulgación a medida que ascienden en la carrera científica.
A pesar de evidencias como
estas, no va a ser fácil que los científicos que sostienen estas creencias
cambien de opinión. Qué extraño suena esto, ¿verdad? Científicos sosteniendo
creencias. Sin embargo eso parece si el 20% de los científicos encuestados en
la Royal Society siguen afirmando que aquellos que se involucran en la
popularización son peor vistos por sus colegas. Por cierto, según sus
biógrafos, Carl Sagan publicó a lo largo de su carrera (desde 1957 hasta
diciembre de 1996) un promedio de un artículo con revisión por pares al mes.
Queda claro que desde que se acuñó, la “saganización” o “efecto Sagan” no ha
sido más que un espejismo.
Una preocupación de los
científicos es que la sociedad no considera a la ciencia parte de la cultura.
Mientras se considere a la divulgación una actividad marginal, y su ejercicio y
la popularidad del investigador sean motivos de descrédito, los científicos no
considerarán a los ciudadanos parte de “su” cultura.
(continúa en parte IV)
Referencias:
J. A. Bustelo, Escuderos de clara pluma, Escuela de Literatura Científica Creativa, 2016 [ebook], p. 164.
B. L. Benderly, To tweet or not to tweet? Science Careers, 02/10/2014, http://www.sciencemag.org/careers/2014/10/tweet-or-not-tweet
P. Jensen, J. B. Rouquier, P. Kreimer, Y. Croissant, Scientists who engage with society perform better academically, Science and Public Policy, 2008, 35 (7), p. 527-541.
L. Sapiña, La #ciencia en Twitter, Revista Mètode, Observatorio de las Dos Culturas, 26/09/2014, http://metode.cat/es/Observatorio-de-las-Dos-Culturas/La-ciencia-a-Twitter
(continúa en parte IV)
Referencias:
J. A. Bustelo, Escuderos de clara pluma, Escuela de Literatura Científica Creativa, 2016 [ebook], p. 164.
B. L. Benderly, To tweet or not to tweet? Science Careers, 02/10/2014, http://www.sciencemag.org/careers/2014/10/tweet-or-not-tweet
P. Jensen, J. B. Rouquier, P. Kreimer, Y. Croissant, Scientists who engage with society perform better academically, Science and Public Policy, 2008, 35 (7), p. 527-541.
L. Sapiña, La #ciencia en Twitter, Revista Mètode, Observatorio de las Dos Culturas, 26/09/2014, http://metode.cat/es/Observatorio-de-las-Dos-Culturas/La-ciencia-a-Twitter
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