Piratas del Caribe. El tesoro de Dombey
—¡Vamos, rápido, quítate la ropa!
Esta carta, cuya fecha en el calendario gregoriano corresponde al 1 de mayo de 1793, iba dirigida a quien llegaría a ser el tercer presidente de los Estados Unidos. Thomas Jefferson, a la sazón Secretario de Estado del gobierno de George Washington, mantenía buenas relaciones con Francia desde su época de embajador en el país. Dombey planeaba visitar a Jefferson para hacerle entrega de un singular obsequio que tendría gran repercusión en toda Norteamérica.
La suerte de Dombey comenzó a torcerse cuando, en una expedición a Perú donde seleccionó especímenes para cultivar en Córcega y La Provenza, los británicos interceptaron el envío y se apropiaron de toda su carga vegetal. Cuatro años después, en 1784, le confiscaron en la aduana de Cádiz buena parte de las plantas que estuvo recolectando en Brasil durante cuatro meses. Pero la tercera expedición fue, con diferencia, la más desastrosa.
Dombey zarpó del puerto de Le Havre en abril de 1794 con destino a Filadelfia. Su encuentro con Jefferson aspiraba a ser realmente ambicioso. Francia había apoyado a Estados Unidos en la Guerra de Independencia y era hora de plasmarlo en acuerdos comerciales: el naturalista negociaría con el Secretario de Estado americano la exportación de grano al país galo; el segundo acuerdo vendría tras la entrega a Jefferson del citado obsequio, compuesto de dos piezas de cobre que Dombey había custodiado durante todo el viaje.
Pero una tormenta desvió el rumbo del barco hacia el mar Caribe donde dos navíos, con no muy buenas intenciones, rodearon la fragata de Dombey. Eran corsarios ingleses. De nada sirvió la estratagema de cambiar sus ropajes por la vestimenta de un marinero, pues su español con marcado acento gutural lo acabó delatando. Los piratas tomaron prisionero a Dombey, lo trasladaron a la isla de Montserrat para pedir un rescate por él y subastaron todo el botín del barco, incluidas las dos piezas de cobre: una regla y un peso como patrones estándar del metro y el kilogramo, destinados a que Estados Unidos adoptase el sistema métrico decimal.
Los patrones de cobre nunca llegaron a manos de Jefferson, que habría estado dispuesto a defender ante el Congreso la adopción del nuevo sistema de medidas. Dombey nunca regresó a Francia pues unos meses más tarde, y gravemente enfermo, fallecía preso en Montserrat. A los patrones de cobre se les perdió la pista hasta que, de algún modo, el peso llegó a manos de Andrew Ellicott, un agrimensor que, entre otros trabajos, realizó el planeamiento de la ciudad de Washington. El objeto permaneció en su familia hasta 1952, momento en que uno de sus descendientes lo donó al Museo del NIST (National Institute of Standards and Technology).
La última revancha de Gran Bretaña sobrevino de un fortuito ataque corsario. La "guerra fría métrica" entre libra y kilogramo, entre yarda y metro, sigue vigente en la actualidad. A finales de la década de 1970, el presidente Jimmy Carter quiso impulsar de nuevo el cambio al sistema métrico decimal, para lo cual se equipó a la autopista Interestatal 19 de señalización en kilómetros en lugar de millas. El debate continúa en un país donde el único espacio oficialmente métrico discurre por los 100 km que separan Tucson (Arizona) de la frontera mexicana.
Al contrario de lo que pueda parecer, la expresión no proviene de un momento fugaz de sexo. La situación, a bordo de un navío del siglo XVIII y rodeado de piratas, no tenía nada de erótica. Uno de los pasajeros, el naturalista francés Joseph Dombey, es un rehén apetecible y decide intercambiar su indumentaria con uno de los marineros para pasar desapercibido. Hace tiempo que la suerte ha abandonado a Dombey, pero comencemos por el principio.
12 de Floreal, Año I de la República
La lectura de su obra sobre el Estado de Virginia ha inflamado mi entusiasmo, y ardo en deseos de ver los sitios que tan bien describe usted. Solo he de solicitar permiso del gobierno para ir a estudiar la botánica de América septentrional durante dos o tres años. Me alegraré mucho, señor, de que antes de morir pueda dar testimonio de todos los sentimientos que me habéis inspirado durante mi estancia en París.
Su humilde y seguro servidor,
Joseph Dombey
Esta carta, cuya fecha en el calendario gregoriano corresponde al 1 de mayo de 1793, iba dirigida a quien llegaría a ser el tercer presidente de los Estados Unidos. Thomas Jefferson, a la sazón Secretario de Estado del gobierno de George Washington, mantenía buenas relaciones con Francia desde su época de embajador en el país. Dombey planeaba visitar a Jefferson para hacerle entrega de un singular obsequio que tendría gran repercusión en toda Norteamérica.
La suerte de Dombey comenzó a torcerse cuando, en una expedición a Perú donde seleccionó especímenes para cultivar en Córcega y La Provenza, los británicos interceptaron el envío y se apropiaron de toda su carga vegetal. Cuatro años después, en 1784, le confiscaron en la aduana de Cádiz buena parte de las plantas que estuvo recolectando en Brasil durante cuatro meses. Pero la tercera expedición fue, con diferencia, la más desastrosa.
Dombey zarpó del puerto de Le Havre en abril de 1794 con destino a Filadelfia. Su encuentro con Jefferson aspiraba a ser realmente ambicioso. Francia había apoyado a Estados Unidos en la Guerra de Independencia y era hora de plasmarlo en acuerdos comerciales: el naturalista negociaría con el Secretario de Estado americano la exportación de grano al país galo; el segundo acuerdo vendría tras la entrega a Jefferson del citado obsequio, compuesto de dos piezas de cobre que Dombey había custodiado durante todo el viaje.
Pero una tormenta desvió el rumbo del barco hacia el mar Caribe donde dos navíos, con no muy buenas intenciones, rodearon la fragata de Dombey. Eran corsarios ingleses. De nada sirvió la estratagema de cambiar sus ropajes por la vestimenta de un marinero, pues su español con marcado acento gutural lo acabó delatando. Los piratas tomaron prisionero a Dombey, lo trasladaron a la isla de Montserrat para pedir un rescate por él y subastaron todo el botín del barco, incluidas las dos piezas de cobre: una regla y un peso como patrones estándar del metro y el kilogramo, destinados a que Estados Unidos adoptase el sistema métrico decimal.
Los patrones de cobre nunca llegaron a manos de Jefferson, que habría estado dispuesto a defender ante el Congreso la adopción del nuevo sistema de medidas. Dombey nunca regresó a Francia pues unos meses más tarde, y gravemente enfermo, fallecía preso en Montserrat. A los patrones de cobre se les perdió la pista hasta que, de algún modo, el peso llegó a manos de Andrew Ellicott, un agrimensor que, entre otros trabajos, realizó el planeamiento de la ciudad de Washington. El objeto permaneció en su familia hasta 1952, momento en que uno de sus descendientes lo donó al Museo del NIST (National Institute of Standards and Technology).
Uno de los seis patrones del kilogramo fabricados en Francia en 1793, similar al que llevaba Joseph Dombey en su expedición a Estados Unidos. Museo NIST. |
La última revancha de Gran Bretaña sobrevino de un fortuito ataque corsario. La "guerra fría métrica" entre libra y kilogramo, entre yarda y metro, sigue vigente en la actualidad. A finales de la década de 1970, el presidente Jimmy Carter quiso impulsar de nuevo el cambio al sistema métrico decimal, para lo cual se equipó a la autopista Interestatal 19 de señalización en kilómetros en lugar de millas. El debate continúa en un país donde el único espacio oficialmente métrico discurre por los 100 km que separan Tucson (Arizona) de la frontera mexicana.
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