La Casa de la Sabiduría

Gobernar una población tan extensa y diversa era tremendamente complicado, de manera que en el siglo VIII el califa Abd al-Malik tuvo que descubrir cómo administrar esa miscelánea de lenguas y, sin saberlo, su solución sentó las bases de un renacimiento científico. Era necesario establecer un idioma universal que, naturalmente, el califa entendiese. La elección del árabe tuvo una fuerza de persuasión extra ya que el texto sagrado del Islam estaba escrito en esta lengua. La complejidad de la caligrafía árabe tiene su origen en el temor de que las palabras del Corán no fuesen bien comprendidas o pronunciadas. Las consecuencias para la ciencia fueron inmediatas al aparecer una lengua común para la comunicación, y que además estaba especialmente desarrollada para ser precisa e inequívoca, ideal para los términos científicos.



Pero la época más brillante de este renacimiento científico tuvo lugar a partir del siglo IX, en pleno califato abasí. Las élites del Imperio islámico invirtieron cuantiosas sumas para financiar un proyecto de escala global y con un profundo impacto en la ciencia: recolectar todos los manuscritos de las bibliotecas del mundo y traducirlos al árabe. Esta ambiciosa empresa se conoció como el Movimiento de Traducción y se volvió muy lucrativo. Se decía que si alguien era capaz de llevar ante el califa algún libro que aún no tuviese en su poder, le pagaría su peso en oro. La actividad fue muy intensa entre los años 750 y 950. Los traductores podían llegar a ganar unos 500 dinares de oro al mes, que equivaldría a unos 40.000 euros actuales. 



Uno de los lugares clave donde se desarrolló el Movimiento de Traducción fue Bait al-Hikmah, La Casa de la Sabiduría. Constituida por una biblioteca y un instituto de traducción, fue creada a principios del siglo IX en Bagdad por el legendario Harun al-Rashid, el califa inmortalizado en los cuentos de Las mil y una noches, y culminada por su hijo al-Mamun. La Casa de la Sabiduría incluía el estudio tanto de humanidades como de ciencias (matemáticas, astronomía, medicina, alquimia, zoología, geografía). Establecida sobre textos persas, hindúes y griegos, acumuló una gran colección sobre el conocimiento mundial.

La Casa de la Sabiduría rivalizó con la Biblioteca de Alejandría en su grandeza y también en su final. Los mongoles la destruyeron durante al asedio a Bagdad en 1258, pero también contó con un personaje equivalente a Hypatia, que puso a salvo obras conservadas en la biblioteca del Serapeo. El astrónomo y matemático Nasir al-Tusi consiguió rescatar unos 400.000 manuscritos y trasladarlos a la ciudad de Maraghe, la capital del nuevo Ilkanato de Persia. Pero la astucia de al-Tusi iría más allá.

Consciente del carácter supersticioso de Hulagu Kan, que siempre consultaba a sus astrólogos antes de una campaña, al-Tusi supo persuadir al líder mongol para construir un observatorio con la excusa de predecir su futuro con mayor precisión. El observatorio de Maraghe fue la mayor instalación astronómica que el mundo hubiera visto. La construcción ocupaba un área de 150 metros de ancho por 350 metros de longitud que incluía biblioteca, mezquita y alojamientos. Uno de los edificios consistía en un domo que permitía el paso de los rayos solares mediante una rendija, para incidir en un sextante de metal de 10 metros de largo donde se medía la inclinación del Sol.

Cúpula que protege los restos del observatorio de Maraghe (Irán)


En el observatorio de Maraghe, al-Tusi elaboró las Tablas Ilkánicas, una colección de tablas astronómicas sobre los movimientos planetarios realizada entre 1259 y 1272. No es en absoluto casual que las Tablas alfonsíes se elaboraran entre los años 1263 y 1272, ni que una hija de Alfonso X el Sabio se casara con Mongka Temür, el Kan de la Horda de Oro. Son indicios de que las observaciones astronómicas coordinadas en varias partes del mundo no son un logro reciente. Con toda probabilidad, se realizaron durante el siglo XIII observaciones coordinadas entre Toledo, Maraghe y Pekín, localizaciones que además tienen prácticamente la misma latitud, alrededor de 40º Norte.

El proyecto astronómico islámico tocó a su fin con la invención de la imprenta, un invento rechazado por la cultura árabe. La prohibición de producir libros impresos, sobre todo si eran sagrados, estuvo en vigor hasta comienzos del siglo XIX. Este fue uno de los motivos por los que los Principia de Newton se publicaron en Londres y no en Bagdad.

____________________________________________
Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVrenacimiento.



Comentarios