El día del juicio
Aquel día, en la sala del juez federal John E. Jones, prometía ser entretenido. Uno de los testigos llamados a declarar, el biólogo Ken Miller, tomó asiento en el estrado luciendo una ratonera a modo de alfiler de corbata.
El consejo escolar del distrito de Dover (Pensilvania) había aprobado una norma según la cual la "teoría del diseño inteligente" debía enseñarse en las clases de ciencias como una alternativa a la teoría de la evolución. Numerosos padres de alumnos y científicos se opusieron a esta pretensión y el consejo escolar fue demandado.
Los defensores del diseño inteligente esgrimen como principal argumento lo que llaman complejidad irreductible, es decir, que asumen que algunas estructuras biológicas son demasiado complejas para que su aparición sea explicada exclusivamente mediante la evolución propugnada por Darwin. Y uno de sus ejemplos favoritos es el motor del flagelo bacteriano.
El motor del flagelo bacteriano es una sofisticada máquina compuesta de unos 40 tipos de proteínas, y parece imposible que haya sido el producto de variaciones progresivas y de la acción de la selección natural. A los defensores del diseño inteligente no les resulta verosímil que hayan existido estructuras antecesoras desde las que haya evolucionado hasta su aspecto actual, pues si a este motor le faltase uno solo de sus componentes, sería inútil para cumplir su función. Debía responder, por tanto, a un diseño preestablecido.
El consejo escolar del distrito de Dover (Pensilvania) había aprobado una norma según la cual la "teoría del diseño inteligente" debía enseñarse en las clases de ciencias como una alternativa a la teoría de la evolución. Numerosos padres de alumnos y científicos se opusieron a esta pretensión y el consejo escolar fue demandado.
Los defensores del diseño inteligente esgrimen como principal argumento lo que llaman complejidad irreductible, es decir, que asumen que algunas estructuras biológicas son demasiado complejas para que su aparición sea explicada exclusivamente mediante la evolución propugnada por Darwin. Y uno de sus ejemplos favoritos es el motor del flagelo bacteriano.
Bacteria dotada de flagelo. |
Ilustración del motor del flagelo que transmite a este un movimiento rotatorio. |
El motor del flagelo bacteriano es una sofisticada máquina compuesta de unos 40 tipos de proteínas, y parece imposible que haya sido el producto de variaciones progresivas y de la acción de la selección natural. A los defensores del diseño inteligente no les resulta verosímil que hayan existido estructuras antecesoras desde las que haya evolucionado hasta su aspecto actual, pues si a este motor le faltase uno solo de sus componentes, sería inútil para cumplir su función. Debía responder, por tanto, a un diseño preestablecido.
Sin embargo, la explicación vino de la mano de Yersinia pestis, el bacilo causante de la peste bubónica. Posee una estructura muy parecida al motor del flagelo y que, a pesar de que le faltan algunas de sus partes, tiene una función concreta: actuar como una microjeringa para inocular a las células que infecta.
Este argumento es el que defendió Ken Miller mediante la analogía de la ratonera. Si a la trampa le faltasen piezas sería inútil para cazar ratones, pero no significa que carezca de función. Aunque poco elegante, cumple su cometido como alfiler de corbata.
El fallo del juez Jones fue la particular plaga de peste que se cernió sobre el consejo escolar de Dover. La sentencia reconocía al diseño inteligente como una propuesta derivada del creacionismo y que, por tanto, no tenía lugar en las asignaturas de ciencias.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVmicrobios.
Microfotografías del motor del flagelo (izquierda) con el inyectosoma del bacilo Yersinia pestis (derecha). |
Este argumento es el que defendió Ken Miller mediante la analogía de la ratonera. Si a la trampa le faltasen piezas sería inútil para cazar ratones, pero no significa que carezca de función. Aunque poco elegante, cumple su cometido como alfiler de corbata.
El fallo del juez Jones fue la particular plaga de peste que se cernió sobre el consejo escolar de Dover. La sentencia reconocía al diseño inteligente como una propuesta derivada del creacionismo y que, por tanto, no tenía lugar en las asignaturas de ciencias.
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