De péndulos y balanzas (III)
(Viene de Parte II)
Un gran péndulo en París
observa girar a su alrededor
docenas de ojos curiosos.
El péndulo aún daría una vuelta de tuerca más de la mano
de un estudiante de medicina que abandonó los estudios por su aversión a la
sangre. Tras abandonar la facultad con el amor propio herido, Léon Foucault combinó
su interés por todo tipo de instrumentos mecánicos y científicos con su
destreza manual, que ya no emplearía para ser cirujano. Atraído por los nuevos
procedimientos en fotografía, se asoció con otro antiguo estudiante de
medicina, el físico Hippolyte Fizeau para mejorar las imágenes sobre placas
fotográficas conocidas como daguerrotipos. Foucault fue de los primeros en
sacar fotografías de las estrellas, toda una hazaña a mediados del siglo XIX.
Normalmente, cuando se pretende fotografiar objetos de tan débil luminosidad se
ha de mantener abierto el obturador de la cámara durante varios minutos. Pero
tratándose de estrellas, no van a quedarse en el mismo sitio durante ese tiempo
a causa de la rotación terrestre, por lo que Foucault construye un mecanismo de
relojería para sincronizar el desplazamiento de la estrella con el de la
cámara. Curiosamente, rechazó la idea de equipar este reloj con un péndulo, en
lugar del cual utilizó una varilla metálica. El tañido de esta varilla
aportaría la vibración necesaria para el funcionamiento.
Con la intención de mecanizar la varilla y prepararla
para el montaje, sujetó uno de sus extremos al cabezal del torno y lo puso a
girar lentamente. Mientras preparaba la herramienta de corte para labrar la
pieza, golpeó inadvertidamente el extremo libre que se puso a vibrar.
Sorprendido, observó que la varilla seguía vibrando en el mismo plano a pesar
de que el torno la hacía girar. Inmediatamente, quiso hacer una prueba más del
fenómeno que acababa de presenciar. Fabricó un péndulo convencional con una
pesa de hierro y una cuerda de piano que fijó a un taladro vertical. Dio un
impulso al péndulo y giró el portabrocas. La oscilación continuó invariable en
la misma dirección.
Ensayos como este eran denominados por Foucault petit théâtre. Sobre el escenario
giratorio se representa una obra que encandilará al respetable público. Sale a
escena el protagonista, el insigne péndulo, que comienza su interpretación
oscilante, monótona y constante. Desde la tramoya, invisibles poleas y aparejos
entran en acción y el escenario inicia un pausado giro. El público pronostica
que el péndulo volteará junto con las tablas que pisa. “¡Profundo error!”,
diría Foucault. El personaje, imperturbable, continuará con el vaivén de su
soliloquio sin que su mirada se haya desviado un ápice, mientras el escenario
rota a su alrededor. El público, embelesado ante tal representación, guarda un
reverente silencio.
El estreno de esta impactante obra tuvo lugar el 26 de
marzo de 1851 bajo la cúpula del Panteón de París. El diseño corrió a cargo del
ingeniero Paul Froment, que montó una pesa esférica de 28 kilogramos atada a un cable
de 67 metros. El propio Froment tuvo el honor de inaugurar la representación
acercando una cerilla a la cuerda que mantenía sujeto el péndulo a un poste. El
péndulo se soltó y comenzó su majestuoso balanceo de 6 metros de ancho, completando
cada ciclo de ida y vuelta en 16 segundos. La resplandeciente pesa, recubierta
de latón, parecía flotar en el espacio pues el cable, de apenas milímetro y
medio de diámetro, era casi imperceptible. En la latitud de París, la
oscilación se desviaba aproximadamente un grado cada 5 minutos realizando una
nueva marca en la arena que cubría el suelo. El público, expectante, no
tardaría en exclamar “¡mirad, el péndulo está girando!”. ¡Profundo error!,
diría de nuevo Foucault. El péndulo interpreta su papel sin variación, como si
colgara de la misma esfera celeste. Es el escenario del Panteón, junto a todas
las miradas que lo rodean, el que se mueve para describir una vuelta completa
en treinta y dos horas.
(Continúa en Parte IV)
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