De péndulos y balanzas (y IV)

(Viene de Parte III)


La Física ha expulsado

al último monarca de Versalles

de su trono de platino.

 

El último y más reciente episodio nos hace regresar a las dudas del rey Hierón sobre su corona. La última tiara de la Física, construida en aleación preciosa, comenzó a mermar su peso de manera preocupante. El patrón que define el kilogramo como unidad de masa ha sido, desde 1889, un cilindro macizo fabricado en platino e iridio de 39 milímetros de altura. Está custodiado bajo tres campanas de cristal y bajo las tres llaves de la caja fuerte del Pavillon de Breteuil, una antigua propiedad de María Antonieta donde se encuentra la sede de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas en París. A la vez que el patrón internacional, se elaboraron otros cuarenta prototipos similares para ser distribuidos como patrones nacionales entre diversos estados.

El prototipo internacional del kilogramo, custodiado en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas fue el estándar de masa hasta el 20 de mayo de 2019, fecha en que entró en vigor la nueva definición del kilogramo.

En 1946 se decidió, por primera vez desde la creación de los prototipos, compararlos con el original para comprobar la estabilidad de su masa. A pesar de que todos los modelos se habían conservado bajo estrictas condiciones ambientales, había diferencias apreciables entre el original y los prototipos, y cuando se realizó la comparación en 1989, exactamente 100 años después de su construcción, Le Grand K (como se designa al cilindro de París) había perdido 50 microgramos de masa en relación a sus copias.

Aún es motivo de debate la causa de esa pérdida de peso, pero la evidencia no dejaba lugar a dudas. El kilogramo era la única de las unidades de medida que no estaba definida mediante constantes fundamentales de la Física, como la velocidad de la luz, la constante de gravitación universal o el número de Avogadro, sino a través de un objeto material susceptible de sufrir alteraciones. Era el momento de replantearlo y la balanza hidrostática de Galileo se convirtió en una magnífica inspiración.

En la balanza hidrostática, el primer paso corresponde al de una balanza normal. Un objeto a determinar en un platillo y pesas para equilibrar en el otro. La diferencia reside en el segundo paso, en el cual el objeto que cuelga del primer platillo se sumerge en líquido. La inmersión provoca que la balanza se desequilibre porque aparece una nueva fuerza: el empuje ascendente que experimenta la masa sumergida, por lo que hay que retirar pesas del otro platillo hasta equilibrarla de nuevo. La diferencia entre las pesas empleadas en ambos pasos permite conocer la densidad del líquido dada la del objeto o viceversa. Con cierta analogía, la determinación precisa del kilogramo se lleva a cabo en una balanza de Kibble, donde la inmersión tiene lugar en otro tipo de fluido.

Balanza de Kibble

En la primera fase de la pesada, la masa colocada en un platillo debe compensarse mediante una bobina que se sumerge en un campo magnético. Para ello, se hace pasar una corriente por la bobina que genera su propio campo magnético y que interacciona con el anterior, como dos imanes que se repelen hasta encontrar una distancia de equilibrio. Pero es en la segunda fase cuando se alcanza el ajuste fino desplazando la bobina dentro del campo magnético, como al sumergir una bolsa de té en el agua caliente. Como explica la ley de Faraday, si una bobina se mueve en el seno de un campo magnético, surge en el interior de esta un voltaje que puede medirse en sus extremos. La velocidad a la que se mueve la bobina y este voltaje son las dos últimos datos requeridos para calcular el valor de la masa con una exactitud sin precedentes. La bilancetta del siglo XXI ha destronado a la última joya métrica.

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVmedir.

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