Enemigo y aliado

Enemigo y aliado
visitante imperceptible de sótanos
y alarma de terremoto.



Stanley Watras tiene muchos motivos para ser feliz. Ha comenzado un nuevo trabajo, se ha trasladado a su flamante casa y será padre por primera vez dentro de dos meses. Pero todo cambió un 2 de diciembre, una fecha que comenzó a ser destacable 42 años atrás. Pero comencemos por el principio.

Bajo las gradas de un estadio abandonado de la Universidad de Chicago el trabajo era frenético. Desde mediados de noviembre y en turnos de 12 horas, un buen número de operarios levantaban ladrillo a ladrillo una estructura cúbica a base de bloques de grafito que rodearían cilindros de uranio.


 
En un ambiente sin protección, con atmósfera polvorienta y suelo resbaladizo por el polvo de grafito, la inmensa pila de 400 toneladas, forrada de madera, estuvo terminada el 1 de diciembre. El 2 de diciembre de 1942, después del almuerzo, un grupo de 49 científicos con Enrico Fermi a la cabeza seguían atentamente lo que sucedía en el interior de la pila. Tras media hora de tensa observación, Arthur Compton corrió hacia el teléfono mientras sus colegas abrían una botella de Chianti para brindar. La conversación entre Compton y James Conant, presidente del Comité de Investigación para la Defensa, fue en estos términos:

Compton: El navegante italiano ha tomado tierra en el Nuevo Mundo.

Conant: ¿Cómo se han mostrado los nativos?

Compton: Muy amistosos.


Durante cuatro minutos y medio, la primera reacción nuclear en cadena de la historia había generado medio vatio de potencia, apenas la que alimentaría una pequeña bombilla LED de la decoración de un árbol de Navidad.

El 2 de diciembre de 1984, Stanley Watras también estaba trabajando en la construcción de un reactor nuclear en Limerick (Pensilvania). Hacía pocos minutos que había comenzado su jornada laboral cuando la alarma por radiación saltó en la central. Inmediatamente pusieron en marcha el plan de evacuación y se dispusieron a investigar dónde estaba la fuga de material radiactivo. Stanley había estado haciendo labores de mantenimiento en uno de los reactores en funcionamiento y pudo haberse contaminado allí, pero los contadores Geiger no detectaron nada. Una vez terminados los controles, el personal volvió al trabajo y la presencia de Stanley volvió a hacer saltar la alarma. Fue entonces cuando aventuraron una posibilidad desconcertante: Stanley estaba contaminado por radiación antes de entrar al trabajo. La fuente radiactiva tenía que estar fuera de la central.

La investigación se centró en el domicilio de Stanley y no hizo falta buscar mucho. Los detectores de radiación se salían de la escala en el interior de la casa, e incluso las muestras de aire tenían que ser rebajadas para que los instrumentos pudieran medirlas. La fuente se situaba en el sótano y no dejaba lugar a dudas. El gas radón, procedente de la desintegración del uranio y el radio que contenían los materiales que Stanley usó como relleno para construir su casa, se infiltraba desde el suelo. En el sótano de la vivienda, el nivel de radiación alcanzaba los 100.000 becquerelios por m3 de aire, cuando la exposición segura al radón no debe superar los 300.

Este incidente marcó un antes y un después para Stanley Watras que casi se convierte, involuntariamente, en Radiactivo Man. Si no hubiese estado trabajando en una central nuclear, la radiación que estaban recibiendo él y su familia hubiese pasado desapercibida hasta que, por su efecto, hubieran enfermado quizá de manera irreversible. Marcado por la experiencia, Stanley fundó una empresa para la detección de radón en viviendas y locales.

Pero el rostro de Mr. Hyde de este gas también deja paso a una faceta más positiva. Las emisiones anormalmente altas de radón pueden ser un indicativo de actividad sísmica inminente. En la ciudad de Haicheng, las autoridades chinas ordenaron la evacuación en la madrugada del 4 de febrero de 1975. El aumento de los niveles de radón fue uno de los datos clave para dar esa orden, evitando que el grueso de la población sufriera las consecuencias del violento espasmo, de magnitud 7,5, que cimbreó la ciudad a las 19:36 (hora local) de ese mismo día.

Sin embargo, aún queda mucho que avanzar. A pesar del seguimiento constante de parámetros geofísicos, apenas media docena de terremotos en la historia se han podido predecir con tanta precisión.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVenergía.

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