Los enigmas de Prescott (I)
Desde que leí El código Da Vinci siempre tuve la ilusión de interpretar el papel del profesor de iconología y simbología Robert Langdon y, finalmente, se me presentó la ocasión.
Mientras recorría la población de Sale, en el condado de Greater Manchester (Inglaterra), entré a la iglesia de St. Paul. Sus coloridas vidrieras y el techo estrellado del presbiterio bien merecen una visita. Tomé asiento y no tardé en divisar una especie de placa fijada en el otro extremo sobre el respaldo del banco precedente. Me deslicé hacia ella y comprobé que se trataba de una tela con un extraño dibujo bordado.
Cerca de la tela, en el extremo izquierdo del banco, una inscripción en bronce decía así:
A la memoria del eminente científico,
que ocupaba este sitio en los servicios religiosos,
en el centenario de su fallecimiento
acaecido en Sale en 1889.
¿De quién se trataría? No sería muy difícil averiguarlo en una pequeña población como aquella, pero temía que descifrar el sentido del dibujo me obligaría a aplicarme a fondo. En efecto, tras hablar con varios lugareños, me indicaron que en Worthington Park podía encontrar un busto de este ilustre conciudadano a quien conocían, desde la época de sus coetáneos, como “Prescott".
Desafortunadamente, el busto se encontraba sobre una peana provisional pues el pedestal de piedra original, que tenía grabada la identidad de este científico, había sido retirado para su restauración. Lo que no imaginaba es que al escudriñar aquella efigie de aire sereno y poblada barba me encontraría con otro enigmático grabado. Una corona circular con un raro artilugio en su interior aparecía sobre la primera página de un manuscrito que la escultura sostenía entre sus manos. Mi confusión iba en aumento.
No me quedaba otra opción que visitar la sepultura del ilustre personaje para descubrir su nombre de una vez por todas. Tecleé en mi teléfono móvil la localización, Sale Brooklands Cemetery, y en cuanto apareció en la pantalla deslicé los dedos para hacer zoom.
¿Cómo no había caído antes?, dije mientras la palma de mi mano se estrellaba contra mi frente. Las contribuciones a la termodinámica de James Prescott Joule hicieron que la unidad para la medición de la energía y el trabajo fuese nombrada en su honor: joule o julio. Un julio —les solía decir a mis alumnos— equivale al trabajo realizado para impulsar una manzana pequeña (aprox. 100 g) a un metro de altura, o bien la energía liberada por esa misma manzana al caer al suelo desde un metro de altura. La manzana, el fruto de la tentación bíblica que a través de Newton se ha convertido en símbolo de la inspiración científica.
Aunque el asunto de la identidad estaba definitivamente resuelto, no quise perder la oportunidad de dirigirme hacia el cementerio a visitarlo. A medida que caminaba por aquel sagrado recinto tuve la sensación de que cada una de aquellas lápidas observaba mis pasos. Me dirigí hacia la capilla y mientras la rodeaba para acceder a la fachada trasera, pasaba revista de ese ejército en eterna formación, escudriñando las letras grabadas sobre las grises estelas pétreas. Continué por el sendero central dejando atrás un cruce con dos calles simétricas que divergían en dos amplias curvas.
En el margen derecho, detrás de dos hileras de tumbas, una lápida desalineada del resto, como si quisiese preservar el misterio un instante más, daba la espalda al camino. Me apresuré a rodearla y lo primero en que reparé fue en esta inscripción grabada en la piedra:
Debo realizar los trabajos que Él me ha encomendado mientras es de día.
La noche llega cuando nadie puede trabajar.
San Juan IX, 4
¡Qué apropiado epitafio para quien se encargó de estudiar la relación entre el calor y el trabajo mecánico! Un aplicado experimentador cuyo interés pasó de ser meramente práctico —el rendimiento energético de su fábrica de cerveza— a puramente científico acerca de la transformación de la energía. En medio de mis pensamientos, levanté la vista y me di cuenta de que en la parte superior de la lápida aparecía un número: 772,55. Descarté inmediatamente que se tratase de algún tipo de registro de las tumbas porque en ninguna otra figuraba una numeración parecida. En ese momento no le encontraba ningún sentido. ¡Vaya suerte la mía! Venir a presentar mis respetos a Joule me ha cargado la mochila con otro misterio más.
(continúa en parte II)
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La fotografía del dibujo bordado es de Michael Riley.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVenergía.
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