En Venecia nanométrica
En Venecia
nanométrica
las góndolas moleculares cruzan
un Ponte Vecchio de grafeno.
En el capítulo 10 de su mítica serie Cosmos: un viaje personal (1980),
Carl Sagan nos presentó Planilandia, un mundo que el escritor y teólogo Edwin
A. Abbott describió en su libro Flatland: romance of many dimensions (1884).
Para los
habitantes de Planilandia, atrapados en una existencia bidimensional, no
tendría sentido hablar de arriba o abajo. De hecho, se considera una herejía
geométrica y está severamente castigado que los planilandeses hablen o se
manifiesten
sobre la existencia de una tercera dimensión.
Carl Sagan ilustrando el encuentro entre un "ser tridimensional" (una manzana) y los habitantes bidimensionales de Planilandia. |
Pero lo cierto es que de manera clandestina, algunos de los habitantes de Planilandia han recibido la visita de seres de nuestro mundo, lo que al principio les suponía llevarse un susto de muerte o, directamente, pensar que estaban perdiendo el juicio. Y es que cuando un ser tridimensional pisa Planilandia deja una huella que no se sabe de dónde ha salido y cuando le habla a algún ciudadano la voz parece provenir de todas partes a la vez.
Superados los primeros temores ante los visitantes de Espaciolandia, y
siempre de modo muy discreto, los encuentros entre los habitantes de ambos
mundos se hicieron más frecuentes. Llevados por una mutua curiosidad, departían
fascinados por lo que cada uno le desvelaba al otro sobre el mundo que poblaba.
Los planilandeses escuchaban asombrados cómo los objetos en Espaciolandia
proyectan sombras, un fenómeno inimaginable para ellos. Además, les contaron que
sus pintores habían descubierto una técnica geométrica llamada perspectiva que
les permitía representar la realidad de tres dimensiones en un lienzo plano.
Los sorprendidos ciudadanos de Planilandia no lograban entender por qué el
arte en Espaciolandia se privaba, por propia voluntad, de esa dimensión extra
de la que ellos carecían.
A su vez, los tridimensionales atendían a las historias de la revolución
cromática que vivieron los planilandeses hace muchos años, cuando triángulos,
cuadrados y todo tipo de polígonos se adornaban de vivos colores para
diferenciarse
unos de otros mediante la vista, pues hasta ese momento solo podían identificarse
a través del tacto, distinguiendo lo agudo u obtuso de los ángulos de su
silueta. Precisamente, en su intento por colorearse se dieron cuenta de que el
lápiz de grafito, tan comúnmente utilizado en Espaciolandia, no les servía.
Donde quiera que intentaran hacer un trazo, ya fuera sobre sí mismos o sobre
cualquier otra superficie, no dejaba marca alguna.
Intrigados, los científicos espaciolandeses decidieron investigar este
fenómeno y comprobaron que el grafio era capaz de dejar un trazo en el mundo
plano, pero sorprendentemente no resultaba visible. Resulta que el grafio posee
una estructura en láminas que se exfolian con facilidad porque están unidas por
un «velcro químico», unos débiles enlaces llamados fuerzas de Van der Waals.
Sin embargo, cuando se separa una sola de esas láminas surge algo completamente
diferente. El oscuro y untuoso grafio da paso a un material muy duro, elástico
y transparente. Habían descubierto el grafeno.
Compartieron el hallazgo con los planilandeses que se mostraron
exultantes con la noticia. Desde ese momento contaban con un material
auténticamente bidimensional, de un átomo de espesor, para todas sus
construcciones. En
Planilandia enseguida se pusieron a investigar las propiedades del grafeno y a
buscarle aplicaciones para su mundo. Las construcciones fueron las primeras en
beneficiarse de la ligereza y resistencia del nuevo material. Además, es capaz
de
producir una corriente eléctrica al ser iluminado, fenómeno que les permitirá
desarrollar placas fotovoltaicas verdaderamente planas. De hecho, el grafeno es
tan sumamente fino que hasta en Planilandia pueden permitirse hacer un sándwich
con dos láminas de grafeno separadas por tiras del mismo material. De este modo
crearon delgadísimos canales de 0,3 nanómetros de espesor[1] con los
que construir el primer parque acuático del país.
La cuadratura del hielo.
Glaciar nanométrico entre el grafeno
que forma un sándwich templado.
Pero incluso este uso lúdico del grafeno les guardaba una sorpresa. Para fluir
a través de los canales, el agua adoptaba un estado molecular exótico a
temperatura ambiente al que llamaron «hielo cuadrado», de modo que las
sustancias disueltas, incapaces de atravesar los canales, quedaban retenidas.[2] Los
planilandeses no tardaron en comunicar el descubrimiento a sus amigos
tridimensionales para que pudiesen beneficiarse de un nuevo método para la
purificación de agua.
Con este espíritu, se estableció la única colaboración científica
interdimensional de la que se tiene constancia, aunque la abducción necesaria
para la comunicación de ambos mundos continúe siendo inconfesable.
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