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Hay momentos festivos que esconden el filo de la tragedia. Día de fiesta en el Hospicio Pío de Trivulzio es una pintura donde Angelo Morbelli remarca con realismo este contraste.

Giorno di festa al Pio Albergo Trivulzio. Angelo Morbelli. 1892.
Musée d'Orsay.

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El disfrute de la jornada no laborable transcurre al otro lado del ventanal mientras en la sala del hospicio solo hay tristeza y soledad. Quizá el anciano del margen izquierdo del cuadro, de quien se atisban solo las piernas y las manos, tenga más suerte; abrigo, bastón y sombrero aguardan a quien le acompañará a pasar el día en el exterior. Fue en 1771 cuando el hospicio de Trivulzio abrió sus puertas por iniciativa del arzobispo de Milán, quien desde el principio tuvo claro que debía encargar su dirección a Maria Gaetana Agnesi.

Tras el fallecimiento de su padre en 1752, se dedicó en cuerpo y alma a labores de caridad abandonando todo lo que había sido su vida anterior, por la que le llegaron a atribuir fama de bruja. Tres años después, en la época en que Maria Agnesi había instalado un pequeño hospital en su casa para personas sin recursos, la tragedia hizo su aparición una vez más en un día de fiesta. Las iglesias de Lisboa estaban abarrotadas el 1 de noviembre de 1755 para la liturgia de Todos los Santos cuando, a las 9:30 de la mañana, un terremoto con una magnitud de entre 8,7 y 9 sacudió violentamente la ciudad durante seis interminables minutos. Las velas y los farolillos que se habían encendido por todas partes con motivo de la festividad, extendieron un voraz incendio entre los restos de madera de las edificaciones derrumbadas, pero aún no había llegado lo peor.

El epicentro del terremoto, situado en el Atlántico a unos 300 km de las costa portuguesa, impulsó verticalmente el fondo marino como un gigantesco émbolo que generó un frente de ondas en el agua. Era el origen de un tsunami que llegaría al litoral en hora y media. Mientras tanto, los supervivientes de la devota Lisboa eran emplazados por los sacerdotes en la Praça do Rossio, a orillas del río Tajo, a arrepentirse de sus pecados por la ira que Dios acababa de descargar sobre ellos en forma de temblor. No podían imaginar que aún estaba por llegar desde el océano la "bruja de Agnesi".

En su vida anterior, Maria Agnesi se entregó con una disciplina casi religiosa al estudio de las matemáticas a instancias de su padre. No es de extrañar que su formación respirara un ambiente científico-monacal, ya que su formación estuvo a cargo del monje y matemático Ramiro Rampinelli. A los 30 años editó y publicó por sus propios medios su obra más famosa: Instituciones analíticas para uso de la juventud italiana, un libro en tono divulgativo que reunía los trabajos, hasta entonces dispersos, de los más célebres matemáticos sobre las matemáticas más innovadoras, como el cálculo diferencial e integral. Fue traducido a varios idiomas y utilizado como principal libro de texto en Europa durante más de cincuenta años. En esta obra realiza el estudio de una función matemática, la curva sinusoidal versa, a la que Maria Agnesi dio el nombre de la versiera.

Curva sinusoidal versa o curva de Agnesi.


El término versiera deriva del italiano versoria por la similitud con la forma de un aparejo marinero: la cuerda fijada al extremo de una vela que permite girarla según la dirección del viento. Pero el auténtico "giro" de esta historia vino por la traducción al inglés que realizó John Colson, matemático de la Universidad de Cambridge, cuando confundió el término versiera con avversiera, que designa un ser o entidad maligna de sexo femenino. Y la expresión "witch of Agnesi" (bruja de Agnesi) para designar a esta curva se extendió como una plaga.

La curva versiera guarda otra similitud con el mundo del mar. La onda generada por un seísmo submarino, también conocida como solitón, adopta la forma de la curva de Agnesi mientras se propaga en alta mar con suficiente profundidad. A medida que se acerca a la costa y la profundidad disminuye, la energía debida a su velocidad de propagación se transforma en altura, como los tsunamis de entre 6 y 20 metros que sorprendieron a los lisboetas reunidos en la Praça do Rossio arrepintiéndose de sus pecados.

Generación de un solitón en un laboratorio de hidrodinámica.


El terremoto y posterior maremoto de Lisboa fue, probablemente, la primera catástrofe de la que se cuestionaron sus causas. La posibilidad de un origen natural desplazó seriamente a la motivación divina. Por iniciativa del entonces primer ministro de Portugal, el marqués de Pombal, fue el primer seísmo que se estudió científicamente recabando gran cantidad de datos y que supuso el germen de la sismología.

Irónicamente, mientras Portugal se alejaba de las explicaciones religiosas para abrazar las científicas, María Agnesi dejó atrás su notable trayectoria en las matemáticas para ingresar en la orden de las monjas azules, desde donde se entregó al servicio de pobres y enfermos hasta el final de sus días en el hospicio de Trivulzio.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVdiscordancia.

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