El sitio de París

El 2 de septiembre de 1870, Napoleón III ordenó izar la bandera blanca. Sin embargo, al contrario de lo que podría pensarse, esto no puso fin a la Guerra francoprusiana. Bismarck, que esperaba una rendición rápida, se encontró con un levantamiento popular que condujo a la proclamación de la Tercera República y al nombramiento de un Gobierno de Defensa Nacional. Sin una autoridad legítima con la que negociar, Bismarck optó por sitiar la capital francesa.

El férreo aislamiento de París pronto provocó escasez de alimentos y de noticias del exterior. Las familias pudientes aún podían aliviar el hambre con los animales del zoológico; las clases pobres solo podían acudir a perros y ratas. La información tampoco podía atravesar la tupida línea prusiana. Los cables telegráficos fueron cortados, incluso el que se había tendido en secreto por el lecho del Sena. Mensajeros y carteros eran enviados de vuelta y, en ocasiones, hechos prisioneros. Ni siquiera los globos aerostáticos tenían muchas probabilidades de éxito a merced de los vientos y de los proyectiles.

Afortunadamente, la solución no había pasado a la cazuela y todas las esperanzas se depositaron en las palomas mensajeras. Con este medio de mensajería, la gran limitación era el peso —cuanto más se redujese el tamaño del colombograma (que así se denomina el telegrama transportado por palomas), mayor número de mensajes se podían enviar en cada viaje—. La ayuda del fotógrafo René Dagron sería crucial pues en 1859 había presentado la primera patente de microfilm de la historia.

Dagron causó sensación en la Exposición Universal de Londres de 1862 cuando presentó un conjunto de juguetes y joyas con una sorpresa oculta, conocida como visor Stanhope. En lo que parecía un agujero para un tornillo o un remache, había insertado una minilente a la que había que acercar el ojo para apreciar con todo detalle una microfotografía (normalmente, un retrato o un paisaje) situada en el fondo del diminuto orificio.



Con la técnica de reducción de fotografías de Dagron, cada paloma pasó de transportar uno o dos colombogramas a entre 12 y 20 por viaje, con más de un centenar de mensajes cada uno. Hasta la firma del armisticio, el 28 de enero de 1871, se enviaron unos 95.000 mensajes microfotografiados de los cuales unos 60.000 llegaron a su destino. Si importantes eran los mensajes dirigidos a las tropas, no lo eran menos las noticias que podían intercambiarse quienes sufrían el asedio con los familiares que vivían fuera de París, entre los cuales se encontraba William Brown, dueño de la tienda “The British Warehouse”. En una de las cartas que envió a su esposa, además de preguntarle cómo se encontraban ella y sus hijas, quería saber si le gustaría renovar el alquiler en Boulevard Bineau o si, a su regreso, prefería trasladarse a vivir a Asnières.


Cada uno de los pequeños rectángulos de este papel fotográfico es un mensaje.
El que señala la flecha contiene la respuesta de la Sra. Brown a su marido.

Cada microfilm que llegaba a la oficina de correos venía inserto en el cálamo de una pluma de ganso que se fijaba con hilo de seda a las plumas de la paloma. Prácticamente, era ponerle alas a los mensajes para asegurar su destino. Una vez extraído, el microfilm pasaba a un baño de agua y amoniaco que facilitaba el desenrollado. Luego, tras un tiempo de secado se colocaba entre dos placas de vidrio y pasaba al megascopio, una linterna prodigiosa que aumentaba la imagen 160 veces y la proyectaba sobre una pared para transcribir a mano los mensajes.









La ciudad de la luz estaba rodeada por la oscuridad del aislamiento. Más allá de sus límites todos miraban hacia París, preocupados por unos habitantes que se aferraban al quehacer cotidiano como fuente de coraje y esperanza. Un micromundo efervescente circundado por las sombras de una guerra enquistada.

En el micromundo de las bacterias fotosintéticas, mantenerse dentro de una “ciudad de la luz” es también cuestión de vida o muerte. Entre las técnicas para lograrlo está la escotofobotaxia, que consiste en el movimiento condicionado a favor de un gradiente luminoso como consecuencia de haber penetrado en una zona oscura. Desenredemos esta definición imaginando a una bacteria escotofobotáctica bajo la luz del microscopio. El microorganismo se mueve en una dirección al azar y al detectar que se aleja de la zona iluminada, invierte su marcha para regresar a ella. La “línea prusiana” en forma de penumbra le permite delimitar el área luminosa donde debe permanecer.

Pero hay una técnica más eficaz: la fototaxia. La emplean las cianobacterias del género Synechocystis y les permite localizar con precisión la dirección de la luz y situarse a la distancia justa para que la intensidad luminosa no sea ni demasiado débil ni demasiado fuerte. En el siguiente vídeo se observan células individuales de Synechocystis avanzando hacia un punto rojo, la huella luminosa de una luz LED oblicua que se proyecta desde el margen inferior.

Vídeo: Schuergers et al. (2016)

En todas las células se puede observar un punto luminoso en su borde superior, punto donde se enfoca la luz procedente del LED. Las que se encuentran más cerca del punto rojo calculan la distancia idónea a la luz con un baile de acercamiento y alejamiento hasta conseguir el enfoque óptimo en el borde diametralmente opuesto a la fuente luminosa. Captan la luz, ni más ni menos, como lo hacen nuestros ojos, donde la luz que entra por la pupila se enfoca en la zona diametralmente opuesta, tapizada por la retina. ¿Qué mejor estrategia que, en lugar de contar con fotorreceptores u orgánulos fotosensibles, sea la propia célula, en su conjunto, la que funcione como una lente esférica?


Esquema de la captación de luz en un ojo humano en comparación con la imagen de fluorescencia de una célula de Synechocystis que enfoca sobre el borde derecho la luz que le llega desde la flecha de la izquierda.

Dagron se sentía muy orgulloso de su técnica microfotográfica y de haber perfeccionado los visores Stanhope para observar imágenes diminutas a través de minúsculas lentes. Pero su satisfacción alcanzó las más altas cotas cuando esta misma técnica le permitió participar en el envío masivo de colombogramas durante el sitio de París, aventura sobre la que escribió un libro.


Trato de imaginar qué hubiese pensado Dagron de haber tenido noticias sobre el “visor Stanhope” de la naturaleza, la cianobacteria que hace millones de años dominó la microóptica.



Referencias:


    -Nils Schuergers, 
  1. Tchern Lenn, 
  2. Ronald Kampmann, 
  3. Markus V Meissner, 
  4. Tiago Esteves, 
  5. Maja Temerinac-Ott, 
  6. Jan G Korvink, 
  7. Alan R Lowe, 
  8. Conrad W Mullineaux, 
  9. Annegret Wilde
  10.  
(2016).
Cyanobacteria use micro-optics to sense light direction
 
eLife 5:e12620.

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVgaia.

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